Se le puede echar en cara que había materiales para hacer algo de mayor envergadura, sobre todo teniendo presente que se ha trabajado sobre una novela de David Finkel, 'Gracias por sus servicios': el regreso de los soldados, que se hizo con el Premio Pulitzer, pero aún así los testimonios que recoge la película, todos ellos reales, dejan entrever las terribles consecuencias de la guerra de Irak en muchos de los soldados norteamericanos que combatieron en ella y que volvieron con el funesto estigma del estrés postraumático.

Hay que tener en cuenta, por otra parte, como atenuante que se trata de la ópera prima del actor y guionista Jason Hall, que se ha responsabilizado también de la adaptación, tarea ésta que ya efectuó en American playboy, El poder del dinero y El Francotirador, cinta esta última de Clint Eastwood de 2014 que le valió una nominación al Oscar.

Hall ha intentado verter sobre la pantalla toda la inmensa tragedia que provoca la guerra, haciendo hincapié especialmente en los tremendos problemas de readaptación a la vida civil de unos soldados que han sido testigos del horror y de la muerte y que vuelven, en numerosos casos, con secuelas que afectan de modo específico a sus facultades mentales.

En este sentido repara de modo singular en los múltiples casos de suicidio que se observan entre quienes acaban de regresar de la contienda. Con el lamentable añadido de que buena parte de los veteranos no tienen acceso o deben pasar por listas de esperas de varios meses a los tratamientos médicos que requieren con urgencia.

Este es el panorama oculto pero auténtico que deparan las imágenes y que permiten conocer a fondo intensos dramas familiares, que en buena medida son el resultado de la imposibilidad de olvidar situaciones traumáticas que suelen regresar en forma de pesadilla.

La película ilustra todo eso y algo más a través de las vicisitudes de Adam Schulman y, en menor medida, de sus compañeros de batallón, entre ellos un samoano que busca desesperadamente el éxtasis que alivie sus males. De hecho, Adam viene a representar algo así como el obligado héroe de turno, que ha de hacer frente a un hogar asumiendo los profundos cambios que él ha sufrido y sin saber si debe compartir los problemas con su mujer o dejarla al margen.