Hay algunos puntos, especialmente en la definición del personaje del joven Ben, que pueden ser discutibles porque pecan de un cierto grado de convencionalismo, aunque por fortuna la cosa va mejorando a medida que progresa y se instala en sus mejores logros en la parte final.

No llega, desde luego, al nivel de la mejor cinta de la guionista y directora Caroline Link, que no es otra que En un lugar de África, que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en 2001, si bien denota el buen hacer de la cineasta a la hora de acercarse a un entorno exótico y ajeno y de definir a unos seres que acogen los problemas más comunes del ser humano. El caso es que lo que empieza como un producto casi turístico, ligado a un Marrakech siempre fascinante, acaba erigiéndose en un documento del Marruecos profundo, el que está vinculado a las montañas del Atlas, en su dimensión más auténtica.

Aun así, el tema que prevalece no es otro que el acercamiento a una familia desestructurada que va a poner a prueba los aspectos que han hecho hasta ahora imposible en buena medida convivencia. Ben, que es el eje de la trama, condiciona todos los ingredientes que adquieren relieve. Tiene 17 años y ha puesto rumbo a Marrakech apenas comenzadas las vacaciones de verano para pasar unos días con su padre, un director de teatro que le ha invitado aprovechando que está participando en un festival en la ciudad magrebí.

Lo cierto es que apenas se conocen, ya que sus padres están divorciados y él está más vinculado a la madre, y Ben paga las consecuencias de una evidente falta de comunicación. Por eso los primeros momentos tras el reencuentro no son fríos, son hostiles y nada prometedores. Tanto es así que el muchacho busca otras compañías y alicientes y acaba conociendo a una atractiva nativa Karima, que ejerce de prostituta y que va a hacer realidad en él su despertar al sexo. Así el relato se va configurando con propiedad a partir del momento en que Ben deja Marrakech.