No tiene la entidad que exigía un proyecto tan sugestivo, la adaptación del cómic de culto del italiano Tiziano Sclavi, que vio la luz en 1986 y que es el más popular jamás editado en el país transalpino, aunque es cierto que tampoco es un producto mediocre o vulgar.

Es más, sus comienzos son más que prometedores, con resortes que remiten al cine negro clásico, y en concreto a Chinatown de Polanski, repletos de la esencia del género. Lástima que a medida que el relato avanza se va desfigurando, al compás de la progresiva presencia de los «monstruos » de la noche, que conectan la cinta con el universo sórdido y siniestro de Underworld, con evidentes concesiones a las constantes luchas entre zombies, vampiros y hombres lobo.

En unos ejemplares primeros veinte minutos, el inspector Dylan Dog, que ha estado un tiempo desaparecido, regresa a su actividad de la mano de un caso realmente misterioso y preocupante. Una rubia atractiva y rica ha solicitado sus servicios para que descubra lo que hay detrás de la muerte de su padre. Dylan renuncia a seguir con las pesquisas cuando algunos vestigios demuestran que en él están involucrados peligrosos licántropos. Solo cambiará de actitud cuando su mejor amigo y colaborador es asesinado e incrementa el censo de los zombies.

Todo indica al respecto que se ha desatado en el entorno y en los bajos fondos de Nueva Orleans una conspiración destinada a que los vampiros se hagan con el poder, por encima de unos hombres lobo y de unos muertos vivientes que han preparado también sus hordas al respecto. Se han desatado las hostilidades y con ello, y eso es lo peor para la película, los enfrentamientos entre unos y otros saturan las imágenes hasta hacerles perder su capacidad de atracción.