Consigue el milagro de que una película ambientada en el mundo del béisbol resulte casi siempre entretenida y no un monumento al aburrimiento, aunque a costa de marginar imágenes de este deporte genuinamente norteamericano y situar en primer plano el factor humano.

No sólo eso, lo mejor de la cinta transcurre en la primera mitad y tiene por escenario una India fascinante en la que tiene lugar un sorprendente concurso organizado por unos agentes estadounidenses que tratan de encontrar, con un premio de diez mil dólares y la posibilidad de que ingresen en la Major League de Béisbol, a los dos jóvenes que lancen la bola a la mayor velocidad. Están convencidos de que será una tarea fácil en un ámbito en el que el cricket, un deporte similar al béisbol, es el deporte rey.

El aliciente extra es que se trata de una historia real que acaeció en 2007 y que se ha llevado a la pantalla a tenor de sus innegables cualidades humanitarias. El director Craig Gillespie ha realizado con estos planteamientos la que es, junto a Lars, una chica de verdad, su mejor cinta. Si los comienzos no son especialmente prometedores, cuando se nos presenta al protagonista, el agente deportivo JB Bernstein, que atraviesa una situación profesional muy delicada que lo ha situado al borde de la bancarrota, hay que reconocer que antes de que el panorama se convierta en irreversible el argumento experimenta un brusco giro que modifica por completo las cosas.

Todo es fruto del plan, supuestamente descabellado, que pone en marcha el propio JB y que financia un magnate de origen chino, que le lleva a promover en la India un reality show que convoca a millares de jóvenes decididos a salir de la miseria en que viven. Es entonces cuando los fotogramas se empapan de los intensos y múltiples colores del país y se produce en el protagonista un cambio de actitud más que considerable. De esta forma, la historia adquiere en su fase final un sedimento social y solidario que a pesar de estar mostrado con ciertas dosis de ingenuidad.