Nos traslada con sensibilidad y, sobre todo, con ternura, sin esquivar nunca las aristas delicadas y cortantes del tema a la Francia de los años sesenta a través de la experiencia cotidiana de un grupo de criadas españolas, o empleadas de servicio, que tratan de abrirse paso en condiciones muy duras en el país vecino. Es curioso que a pesar del tiempo transcurrido, más de medo siglo, las imágenes tienen un actualidad rabiosa y conectan de lleno con el fenómeno de la inmigración y con una de sus constantes más significativas, la precariedad con que se desenvuelven, hacinados en pisos minúsculos, trabajadores desprovistos de todos sus derechos.

Aquí, sin embargo, el fenómeno está contemplado desde la vertiente de la comedia, sin desvirtuarlo en absoluto pero buscando un toque menos dramático, y nos sitúa en una órbita distinta, ya abordada por nuestro cine en 1971 en Españolas en París de Roberto Bodegas, marcado por el hecho fundamental de que España no es, como sucede ahora, un país de acogida sino de exportación masiva de mano de obra.

La presencia de un magnífico grupo de actrices españolas, con Natalia Verbeke y Carmen Maura a la cabeza, esta última premiada con el César a la mejor actriz de reparto por su esplendida interpretación, contribuye a asentar el producto. El grave inconveniente del doblaje se ha resuelto de forma casi surrealista, aportando un acento galo al castellano con que se expresan los franceses. Lo más llamativo y meritorio es que la cinta es total y exclusivamente francesa, sin participación española, y la ha dirigido y escrito Jean-Philippe Le Guay sobre la base de sus propias experiencias de infancia y adolescencia.

No es un relato autobiográfico, pero sí está enriquecido con datos reales y revela, sobre todo, ese choque de culturas que representaba la presencia de mano de obra española en una Francia mucho más avanzada y desarrollada.