A lo largo de los años ochenta, el cine nos alimentó con relatos que funcionaban como catarsis ante la neurosis del avance tecnológico: desde la trilogía Poltergeist al Videodrome, de Cronenberg, el miedo a la pantalla depredadora es una constante toda vez que esas ventanas a otros mundos se han convertido en cotidianas.

La pantalla, en efecto, es una puerta, pero a la vez una amenaza. Nacho Vigalondo no se aleja de esa reflexión ambivalente en torno a la tecnología en la crítica al voyeurismo propiciado por las nuevas ventanas digitales que planea en su primer thriller, Open Windows.

Para ello, se lanza en triple salto mortal con un dispositivo audaz, pero algo tedioso: todo (más bien casi todo, y disculpen el spoiler) sucede en la pantalla del ordenador del protagonista, Nick Chambers (Elijah Wood, un jovenzuelo loco por Jill Goddard (Sasha Grey, actriz a la que espera conocer esa misma noche, cuando finalice la presentación de su nuevo filme, que está siguiendo desde su portátil y que nosotros, como espectadores, vemos a través de los ojos de Chambers. Es decir: su pantalla es nuestra pantalla.

Lo que continúa es un thriller tan desbordante como errático, de nuevo ejemplo del magma creativo de Vigalondo, en el que el cineasta conjuga su catálogo personal de referencias (del giallo a Brian de Palma, pasando por la serie B de Carpenter y el humor de media carcajada) con un flujo constante entre las distintas interfaces de las ventanas digitales que se van abriendo a medida que la tensión avanza. A Open Windows, no obstante, le faltan sobresaltos y le sobran giros finales.

Como película de suspense, resulta poco trepidante y demasiado arrítmica (algo que parece marca de la casa); aunque como salto al vacío que especula sobre ese abismo digital que ya está emergiendo para, quizá, engullirnos a todos, bien tiene su indudable interés.