El arrogante, impetuoso e irresistible Warren Beatty que hace medio siglo puso las pantallas al rojo vivo con 'Bonnie and Clyde' no podía imaginar que terminaría refrescando su marchita popularidad con una aparición ridícula en la gala de los Oscars. No por culpa suya, ciertamente: le dieron el sobre equivocado. Pero en su honor hay que decir que aguantó a pie firme el chaparrón, algo que no hizo su antigua compañera de fechorías cinematográficas, Faye Dunaway, extremadamente hábil para escabullirse del bochorno.

Beatty nunca fue un galán de engatusar y tirar a pesar de su apariencia engaños: dejó claro desde el principio que prefería los caminos minados antes que la avenida de las estrellas. Por eso encajó también en 'Esplendor en la hierba', un Kazan para guardar como oro en paño espejo, empañado de unos jóvenes en celo absorbidos por una pasión sedienta que los hacía socios del sufrimiento de la ruina.

Beatty ya se comía la pantalla en esa aparición potente y astuta que lo colocaba primera línea de salida para los talentos de nueva hornada, menos tiesos y glamurosos que sus predecesores pero superdotados de un encanto medio camino entre insolencia y la inseguridad. No fue casual: tras amar desesperadamente a Natalie Wood, Beatty aceptó un reto que muy pocos se atreverían a afrontar: "Lilith", esta obra maestra de Robert Rossen permitió a Beatty todo un alarde interpretativo como hombre torturado y torturador que acaba enloqueciendo por amor a una mujer fascinante y también desequilibrada.

Mientras fuera de la pantalla sus dedos hacían huéspedes en las pieles más lustrosas de Hollywood (recuerden que Woody Allen sueña con reencarnarse en ellos) Beatty elegía con cuidado extremo sus coqueteos de celuloide, bien en dignas comedias como "Un magnífico bribón", policiacos de gran calibre como "Bonnie and Clyde" o melodramas pasados de moda como "El único juego en la ciudad", último suspiro George Stevens que, quizá por su anacronismo, tenía un rancio encanto.

Richard Brooks se aprovechó del magnetismo de Beatty para una devaluada 'Dólares' y Alan Pakula contó con su ayuda para rodar 'El último testigo', milimétrico relato de una macro conspiración política de final descorazonador en su apabullante lucidez: bang, bang, sabías demasiado para dejarte vivir, pipiolo. Algo falló en 'Shampoo', ultracongelada comedia que prometía más de lo que ofrecía, y absolutamente todo falló en "Ishtar", una catástrofe en todos los sentidos que anticipaba el progresivo deterioro de su carrera. Era inevitable que acabara dirigiéndose a sí mismo en comedias con olor a naftalina como 'El cielo puede esperar', en valerosos pero cojitrancos retratos épicos como 'Rojos' o extravagancias pasadas de rosca como 'Dick Tracy'. O no le importa el éxito o tenía un pésimo olfato para elegir apuestas ganadoras. Y su carisma y popularidad languideció a planos agigantados. La ácida "Bullworth" le mostró audaz y punzante en su disección de la política gangrenada, pero la taquilla no respondió.

No volvió a dirigir hasta veinte años después, pero 'La excepción a la regla', un proyecto muy personal que le llevó décadas montar sobre Howard Hugues, fue recibido con tibieza, resaltando que ya estaba un poco mayor para el personaje. Tampoco le fueron mejor las cosas dirigido por otros: 'Enredos de sociedad' y 'Un asunto de amor' eran películas encorsetadas, viejas, sin valor como comedia de enredo en el primer caso y como melodrama romántico en el segundo. Un poco mejor era 'Bugsy', retrato del célebre gángster con sus momentos briosos, pero exageradamente edulcorado para vender bien la relación sentimental con Annette Bening, y que sorprendentemente fue nominada a diez Oscar.

Tras el fiasco de los sobres en el 'oscargate', ¿alguien pensará en Beatty para continuar la saga 'Agárralo como puedas' sustituyendo al añorado Leslie Nielsen?