La anécdota es bien conocida, aunque no haya unanimidad respecto a uno de sus protagonistas; la mayoría se la adjudica al matador de toros sevillano Rafael "El Gallo", pero no falta quien se la adjudica a su colega y tocayo "El Guerra", cordobés.

Al torero le presentaron en una ocasión a José Ortega y Gasset, del que le dijeron que era "filósofo". El maestro quiso saber qué era eso; se lo explicaron y, muy serio, dijo: "Hay gente pa tó". Qué hubiera dicho si Ortega le hubiera sido presentado no como filósofo, sino como angelólogo.

Porque hay una disciplina, y lo digo así porque no me atrevo a llamarle ciencia, llamada angelología, que es una rama de la teología que se dedica a estudiar los ángeles. Que haya habido un montón de gente que ha dedicado sus esfuerzos y conocimientos a este asunto me parece una manera más de divagar; pero existen tratados de angelología, muy serios ellos.

Yo me voy a hacer hoy un poco angelólogo; pero no les voy a hablar del sexo de los ángeles, cuestión ya muy debatida por los teólogos bizantinos mientras se hundía lenta e imparablemente el Imperio Romano de Oriente. Tampoco de las nueve categorías angélicas. Ni siquiera de los ángeles caídos, de los que el único tangible es aquel cuya escultura da nombre a una bella glorieta del parque madrileño del Retiro.

No. Me ceñiré a una parte de la anatomía angélica, suponiendo, que es mucho suponer, que un ser inmaterial tenga anatomía. Hay dos cosas angélicas de uso más o menos común: la piel de ángel y, claro, el cabello de ángel. Como la piel de ángel es una clase de tela adecuada para vestidos de fiesta, nos quedamos con el cabello, que no sólo es comestible, sino delicioso.

Como de costumbre en estos casos, hemos ido, sin demasiadas esperanzas, al Diccionario. Dice esto: el cabello de ángel es el "dulce que se hace con la parte fibrosa de la cidra cayote y almíbar". Lo del almíbar es algo que todos tenemos claro; lo de la cidra cayote me temo que algo menos, porque hay una cosa que se llama cayote o chayote, que no tiene nada que ver con esto; hay una cidra que es un cítrico, y hay una cidra cayote, o calabaza confitera de cidra. La "Marquesa de Parabere", que en su libro sobre confitería y repostería da una completísima receta de cabello de ángel, se refiere a la calabaza de cidra, a la que Ángel Muro llama cidracayote en una sola palabra. Quédense con la que prefieran.

El cabello de ángel se utiliza como relleno en especialidades como las ensaimadas mallorquinas o, sobre todo y entre otras, en esa tentación que nos mira desde las vitrinas de las barras de las cafeterías a la hora del desayuno: las bayonesas, cabello de ángel entre dos capas de hojaldre.

Hoy no es necesario seguir la receta de la "Marquesa de Parabere" (en la vida real, María Mestayer de Echagüe, ilustre dama bilbaína), que resulta, si no difícil, si bastante trabajosa: hay en el mercado cabello de ángel envasado de mucha calidad, idóneo para nuestra propuesta: unas samosas o empanadillas indias rellenas de cabello de ángel.

Háganse con hojas de pasta brick y divídanlas en tiras, para formar cuadrados de cuatro o cinco centímetros de ancho. Embadúrnenlos con mantequilla, usando una brocha: los indios usarían ghi, mantequilla clarificada. Pongan en el centro de cada uno una porción (una cucharadita) de cabello de ángel, y ciérrenlos doblándolos en triángulos.

Así las cosas, llévenlos al horno, donde los tendrán hasta que adquieran un tono que más que nada será una insinuación de dorado, pálido, no tostado. Denles la vuelta para que lo tomen por ambos lados. Ya fuera, espolvoréenlos con azúcar glas y canela en polvo; esperen que adquieran la temperatura que ustedes prefieran (pueden comerse calientes, templadas o a temperatura ambiente) y sírvanlos. Delicioso.

Volviendo a la angelología, no hay riesgo de desabastecimiento: sólo en la categoría de ángeles custodios hay más de siete mil millones (uno por persona), y eso sin contar arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines; todos, según sus imágenes tradicionales, dotados de pobladas y largas cabelleras.

Con ellas, y mediante el proceso tan bien explicado por la excelente cocinera bilbaína antes citada, estarán en condiciones de preparar pastelillos verdaderamente angelicales, que nos alegran a base de dulzor los desayunos de cada día o, como nuestras samosas, pueden ser un postre muy agradable.

Lo dicho: angelical, pero al modo de Clarence (Henry Travers), el ángel de segunda clase que ha de encargarse de George Balley (James Stewart) en esa película de Frank Capra que nos ponen cada Navidad en alguna televisión: "Qué bello es vivir". Pues sí, sobre todo con estas cosas que, literalmente, hacen la vida más dulce... aunque no sea más que a la hora del desayuno: tomar algo con cabello de ángel es una estupenda manera de empezar el día.