Palmira es un símbolo del patrimonio de la antigüedad amenazado por la barbarie. Pero es sólo un ejemplo de los centenares de testimonios de civilizaciones pasadas en el Magreb y Oriente Medio que hoy están en peligro o que entrañan algún tipo de riesgo para quienes los visitan.

Cuando en agosto pasado se conoció el asesinato, a manos del Estado Islámico, de Mr. Palmira -el reconocido arqueólogo Jaled al Asad-, y unos días después se publicaron las imágenes de la demolición del templo de Baal Shamin y se difundió que había sido destruido el de Bel, los ojos del mundo se fijaron en la antigua capital de la reina Zenobia. Aunque cada año la guerra se cobra en Siria miles de vidas, la opinión pública internacional sólo parece reaccionar cuando la tragedia de los refugiados está ya a sus puertas, o cuando una pieza importante del patrimonio histórico mundial se ve amenazada. Y eso último es así porque los vestigios de la antigüedad tienen una gran carga simbólica, y precisamente por esa razón y por su impacto sobre el turismo, acostumbran a convertirse en objetivo terrorista de primer orden. Sin embargo, Palmira no es la única de las maravillas del mundo antiguo que, en mayor o menor medida, está en peligro. La antigua capital es, en realidad, la punta del iceberg. Un iceberg en pleno desierto.

Casi veinte lugares declarados patrimonio de la humanidad por la Unesco entre Argelia y el golfo Pérsico se encuentran en riesgo, según la propia organización. En muchos de esos casos, los interminables años de conflictos bélicos han convertido enclaves legendarios en terreno prohibido, como sucede en Iraq. Allí, tras décadas de enfrentamientos armados, ahora la gran amenaza es el Estado Islámico, bajo cuyo control, según algunas estimaciones oficiales, se encuentra aproximadamente el 20% de los yacimientos arqueológicos del país. Y eso se traduce en destrucción del pasado babilonio, parto o asirio. Este mismo año han sido destruidas Hatra -la antigua capital de los partos-, las murallas de la mítica Nínive y se inició la demolición de la antigua Nimrud. Un demoledor cóctel de doctrina religiosa y necesidades financieras -el EIIS considera que puede sacar importantes cantidades de la venta de piezas de valor en el mercado negro internacional- hace que el patrimonio histórico de ese país esté en peligro máximo.

Y lo mismo sucede en Siria. Sin embargo, allí la acción del integrismo islámico se suma a las consecuencias de más de cuatro años de guerra civil. A la destrucción, por ahora parcial, de Palmira se unen viejas maravillas históricas mutiladas o arrasadas, como Alepo y parte de la ciudad romana de Bosra, que han sufrido los efectos de los combates, y, por supuesto, la fortaleza medieval de Crac de los Caballeros, bombardeada por las fuerzas gubernamentales entre el 2012 y el 2013.

Túnez, el país donde empezó la ola revolucionaria de principios de la década, era el paradigma de la estabilidad en el Magreb, propiciada por la mano de hierro de Ben Ali. Sin embargo, desde su caída, la situación se ha degradado y, cuando parecía que el país volvía a la normalidad y la industria turística se reactivaba, se produjeron los atentados terroristas de marzo pasado, en la costa y en el Museo de El Bardo. Por ello, actualmente el Ministerio de Asuntos Exteriores recomienda evitar todo viaje al país que no sea por motivos no esenciales. Al margen de este museo, famoso por sus mosaicos, dentro de las fronteras de Túnez se encuentran los espectaculares restos de algunas ciudades romanas: Dougga, Bulla Regia, el majestuoso anfiteatro de El Jem -uno de los mejor conservados del mundo- y el interesante puerto púnico de Cartago (o lo que los romanos dejaron de él).

El mundo romano dejó una gran huella, aún hoy visible, en Argelia. Las antiguas ciudades de Tipasa, Tigzirt, Hippo Regius (la actual Annaba, que tiene el foro posiblemente más antiguo de todo el Magreb), Cesarea, Lambaesis son testigos palpables de la importancia del Norte de África en el imperio. Sin embar¬go, también allí la situación es delicada. El Ministerio de Asuntos Exteriores advierte de que para viajar a todo el país hay que extremar las precauciones ante la posibilidad de secuestros, especialmente en el sur.

Más al este, en la costa libia, se encuentra Leptis Magna, una de las ciudades más importantes de la ribera sur del Mediterráneo y patria originaria de emperadores. Esas ruinas, que se cuentan entre las más espectaculares del mundo romano antiguo, tampoco son hoy recomendables desde el punto de vista de la seguridad. Desde la caída de Muamar el Gadafi, el desgobierno se ha apoderado del país, por lo que los estados occidentales aconsejan a sus ciudadanos no ya que no lo visiten sino que lo abandonen.

Hay otros países en los que no se recomienda abstenerse de viajar, pero sí se aconseja hacerlo con precaución, en especial cuando se trata de desplazarse a determinadas zonas. Es el caso de Líbano -Tiro y Biblos son interesantes atractivos turísticos- o de Israel, donde un interesante reclamo es la fortaleza de Masada, el último núcleo de resistencia de los judíos en la guerra que les enfrentó con el poder romano.

La inestabilidad de los últimos años también ha tenido un impacto muy notable en Egipto, un país donde la industria turística quedó devastada por la revolución, la victoria electoral islamista y el posterior golpe de Estado militar del 2013. Todavía hoy, el Ministerio de Asuntos Exteriores desaconseja visitar el país salvo por razones de extrema necesidad, con la excepción de los grandes núcleos turísticos de Luxor, donde se encuentran muchos de los tesoros para los aficionados a la egiptología, y Asuán. Sin embargo, el ministerio no alude al área de las pirámides, cerca de El Cairo.