Mediaset, experta en tratamiento de basuras, está que se sale. De contenta. No sabe cómo celebrar tanta pringue de esa que sale, quieras o no, cuando apelmazas los desperdicios. No sé si se han enterado, pero en Telecinco están de cumpleaños. Y no uno cualquiera. Celebra diez años en antena El programa de Ana Rosa, esa cita con lo truculento de la vida, con la señora más egocéntrica de la tele, esa que pone su nombre en el nombre del programa, esa que saca su jeta en la portada de su revista y sólo su jeta, esa que conocemos como Ana Rosa Quintana.

Este programa ha sabido anclarse en las mañanas de la cadena escarbando en la mierda social y elevando a categoría de entretenimiento sórdido el dolor ajeno, la desgracia ajena, la agresividad ajena, la violencia ajena, las violaciones, los crímenes ajenos. Claro que tiene una parte, a eso de las nueve de la mañana, en la que el programa se traviste de periodismo o lo que sean las tertulias, y hablan sobre las leyes del Gobierno, sobre la actividad de la oposición, y doña Bien Cardada invita a los líderes y eso, pero ese es el impuesto revolucionario que hay que pagar para luego, con la conciencia tranquila, ponerse los guantes de látex y empezar de verdad la faena trasegando mierda.

Ahí es cuando empieza de verdad El programa de Ana Rosa, cuando llega la conexión en directo para husmear en el último crimen, cuando los analistas dan vueltas al cadáver como aves carroñeras, cuando su plantilla de charlatanes hace como que se toma en serio lo que hacen, dicen o piensan los gañanes que concursan en el circo de turno de la cadena, sea Supervivientes, Gran Hermano o Ex, ¿qué harías por tus hijos?, es decir, detritus sobre detritus para alimentar otra cagada. Claro que hay gente que se lo pasa pipa con el programa. Por eso lleva diez años. Pero a mí no me interesa.

Me da igual que AR llegue a su jubilación o que se quede de vacaciones, como hace ahora, el resto del año. El otro cumpleaños es el de Sálvame. Cinco años dando la matraca con sus payasadas. Cuesta entender cómo la gente ha hecho de Rosa Benito, una vulgar y ordinaria ciudadana, un personaje eminente, y cómo ella ha logrado que su vida pueda interesar hasta convertirla en uno de los atractivos del programa de Jorge Javier Vázquez.

El programa es un gran misterio, un gran triunfo del humo. Sálvamen o es nada, es pura espuma. Truco. Y truco malo. Es un teatro donde los actores se comen vivos pero de mentira. Y todo el mundo sabe que es mentira. Pero atrae. Así llevan cinco años. Por eso, la última payasada de gente como Raquel Bollo, que no tiene ni puta idea de lo que es la universidad, una gañana de las más memorables de la banda, también se ha apuntado a la piedra que rueda y rueda de que algún día Sálvame se estudiará en la universidad. ¿En serio? Uno de los aspectos más sobresalientes de Sálvame es su falta de escrúpulos, su atrevimiento, su indecencia, y su atrevida ignorancia, resultado de sumar los cerebros de la mitad de la barraca.

Pues a mí me gusta Sálvame, dice el millón largo de espectadores que ve el programa a diario. Pues a mí no me gusta, dicen los millones que no lo ven. Pues a mí me aburre, digo yo. Me aburre mucho. No me interesa lo que pasa allí, me da igual que Ouka Leele, por el cumple del niño, reúna a la familia y haga una foto chachi y moderna, me aburre. Y otra cosa. No hay carros bastantes para manejar tanta basura entre lo de AR y lo de estos. Feliz cumpleaños.