Estoy realmente perplejo al asistir al modo en que TV3 afrontó la huelga general. Lo lógico habría sido el fundido a negro. No hay nada que impresione más a un espectador que el corte de la señal, llegadas las doce de la noche del día señalado, y una carta de ajuste eterna mientras dure el paro. Pero no. Tras un simulacro de apagón, TV3 siguió a lo suyo. Adoctrinando que es gerundio. Informando minuto a minuto del éxito de la jornada de marras. Narrando los acontecimientos en tono épico.

Lo más chocante es que unos sobretítulos advertían que debido a la huelga de "las trabajadoras y los trabajadores" (sic) la programación habitual se había alterado. Pero resulta que, en la práctica, la susodicha programación fue idéntica, como dos gotas de agua, a la del pasado domingo. Todos los redactores a una. Todos los tertulianos de la mesa en el mismo bando.

Y me dirán que quién soy yo para señalar a la televisión autonómica catalana cuando TVE obró como obró e informó como informó durante la jornada del 1-O. Comprendo la objeción. Pero matizo. Los trabajadores de los servicios informativos de TVE, o muchos de ellos, han sido autocríticos. Los del centro de producción de Sant Cugat del Vallés, sin ir más lejos, realizaron una concentración a las puertas del edificio en señal de protesta por el apagón informativo a que se vieron sometidos. Discrepan. Se expresan. Por el contrario, nadie en TV3 pide disculpas de nada. Al revés. Cuanto más se meten en el pozo, más sacan pecho. Más militan. Más se crecen. Es así. En los informativos propiamente dichos en los programas de opinión, tanto da. Lo visto y oído en ellos en los últimos días daría para muchas tesis. Su seguimiento, pura gasolina incendiaria, es enorme. Da terror pensar en lo que está por venir.