Sobre Cristina Blach, redactora de TVE, que se ganó el cielo el jueves por la noche cuando, a las puertas del Tribunal Supremo, fue sometida en riguroso directo por Ana Blanco a un tercer grado que ni te cuento. Todavía tengo pesadillas y siento sudor frío, sintiendo que soy yo el que soporta el trance.

Resituémonos. Son alrededor de las diez de la noche y la noticia del día está al caer. ¿Entrará o no en prisión Carme Forcarell? ¿Qué dice el auto del juez? Finaliza 'El tiempo'. Casi tres millones de espectadores lo contemplan. En lugar de despedir el Telediario, Ana Blanco da paso a la reportera que sigue a las puertas del Tribunal.

La pregunta, que se repite hora tras hora y conexión tras conexión en todas las cadenas, es la misma: ¿qué sabemos? Y a los pobres redactores, congelados por el relente de la noche, deslumbrados por ese foco insolente que les da directamente a los ojos, no les queda otra que improvisar. ¿Que qué está pasando? ¿Y tú me lo preguntas? ¡Pero si vosotros lo sabéis mejor que yo! ¡Sí, vosotros que estáis tan ricamente en el plató o en vuestras casas, pegados a diez pantallas y veinte tablets! ¡A nosotros, reporteros de guardia, personajes de atrezzo, qué nos preguntáis€! Digo yo que alguno lo pensará. Pero nadie lo expresa.

Cada cual cumple su papel, porque el enorme show de Truman en que se ha convertido todo esto tiene que continuar. Pobre Cristina Blach. Ocupando los minutos de oro de la jornada, entre 'El tiempo' y 'Estoy vivo'. A porta gayola. Sin red. En sentido literal. Menuda tensión. Intentando explicar lo mismo que todos leíamos, a la vez cuando no antes, en nuestros portátiles. Qué fatiga.