No es periodismo. Es share. Habría que decírselo alto y claro a Ferreras, respondiendo a su grito de guerra. No es periodismo. Es share, audiencia, cuota de pantalla. Y también, sin que se lo tome a mal, mucho de ego, de terapia compartida, de descarga de adrenalina comparable a la que pueda sentir el deportista en el ejercicio de su disciplina preferida.

He leído a compañeros apiadarse por el exceso de trabajo a que se somete Ferreras. Los mismos que hablan enternecidos sobre las palabras que Ana Pastor dedicó recientemente a su hijo. Ferreras duerme en La Sexta. ¿Dónde queda la conciliación laboral cuando se ejercen jornadas de trabajo de catorce horas? Y dicen con ingenuidad. Porque con quien de verdad habría que aplicar una buena dosis de sinergia sería con los curritos, que los habrá, cuyo desempeño excede todo lo razonable, y a saber a qué precio.

Pero cuando entran en juego otros parámetros, y dos de ellos no pequeños son el goce y la satisfacción del ego, los criterios de justicia y equidad quedan maquillados. Cuando Ana Pastor abandonó TVE, cuando tras presentar '59 segundos' y 'Los desayunos' la dirección le propuso acomodarla en nuevos proyectos y ella prefirió salir de la televisión pública, dediqué varias columnas a explicar por qué no tenía lástima por la presentadora. No irá al paro. Y no sólo eso. Podrá elegir entre varios acomodos, a cual más interesante. Eso dije, pocos meses antes de que se hiciese público el aterrizaje de la periodista en La Sexta. No de tropa. No entre bastidores. Mientras otras Anas Pastor, como la productora de 'Crónicas' y 'En portad'a, prefieren la discreción de la retaguardia. Gusten más o menos, Pastor y Ferreras son afortunados en una profesión que vive un auténtico drama sistémico.