Desprende imaginación, originalidad y ternura, junto a un loable sentido del humor, factores todos ellos que aportan un encanto singular a esta nueva película de Wes Anderson, el brillante autor de Los tennenbaums, Viaje a Dajeerling y la cinta de animación El fantástico Mr. Fox.

Estamos, probablemente, ante la muestra más palpable de su madurez creativa y su elección para inaugurar el Festival de Cannes está sobradamente justificada. Contadam como si fuera un cuento, con una estética exquisita, esta fábula sobre el amor en la infancia tiene la inusual virtud de ser un producto en buena medida protagonizado por niños que interesa tanto o más a los adultos. El clima de compenetración que presidió el rodaje se hace patente en la labor de los dos pequeños protagonistas, Jared Gilman y Kara Hayward, que además hacen su debut en la pantalla de forma inmejorable.

Con la eficaz colaboración en el guión de Roman Coppola, hijo del gran autor de la trilogía de El padrino, Anderson nos ha llevando con plena convicción a un rincón de la Norteamérica de 1965, una pequeña isla del noroeste del país, en la costa de Nueva Inglaterra, que va a vivir unos hechos que van a alarmar a buena parte de su exigua población. Todo es consecuencia de la desaparición del campamento de scouts en el que pasaba unos días del niño Sam, de 12 años, que ha dejado una nota sobre los motivos que le han llevado a escaparse del mismo.

Huérfano desde muy pequeño, fue acogido por un matrimonio que desiste de seguir soportando sus travesuras. Lo más sorprendente, con todo, es que poco después se constata que también falta de su casa una niña, Suzy, que podría haberse unido a Sam en una aventura por la geografía inhóspita de la isla. La cámara fija su atención en los dos niveles humanos de la cinta, los niños, por supuestos, revestidos de una madurez nada exagerada pero impropia en estos derroteros, que viven su tierno romance.