Su provocadora y rebelde personalidad no deja indiferente a nadie. Son muchos los calificativos que atesora en su extenso currículo Fernando Arrabal (Melilla, 1932): excéntrico, genio, polifacético, controvertido, irreverente, inconformista... El Teatro Cervantes fue ayer testigo de las muchas aristas del dramaturgo, que se enfrenta a varios días de gran intensidad cultural dentro del XXIX Festival de Teatro de Málaga.

Ayer mismo, ofreció una charla-coloquio en el salón de actos del Rectorado de la Universidad de Málaga e impartió un taller sobre Teatro Pánico dirigido a alumnos de la Escuela de Arte Dramático de Málaga. Y hoy y mañana, una de sus firmas teatrales más contundentes, El jardín de las delicias, subirá a las tablas del Cervantes bajo la dirección de Rosario Ruiz Rodgers y por Curtidores de Teatro y Proyecto Bufo.

Fernando Arrabal en su particular Jardín de las delicias reflexiona sobre la liberación de las ataduras sociales, sobre identidad y violencia, en una obra-ritual en la que hay humor y horror, en la que se mezclan realidad y elementos oníricos y absurdos.

El autor, que apareció con su traje de trascendente sátrapa y con la insignia frontal de la orden de la Gran Tripa, celebró su presencia en Málaga y en broma se consideró tan malagueño como Picasso. «Como sabéis yo nací en Melilla en 1932 cuando era una provincia de Málaga, así que es normal que vuelva aquí con ocasión de este montaje patafísico, también pánico y obviamente con ramos de surrealismo e incluso el mejor dadá».

«Ruego que me disculpen, pues me han retrasado los obreros, los fotógrafos, los estudiantes... Ha sido una procesión llegar hasta aquí. Echaban flores a la virgen, que era yo», contó con su singular humor quien fue premio nacional de superdotados a los diez años.

Y también rememoró su ingreso en la prisión de Carabanchel durante el franquismo por parte de un «ministro mentiroso». «Acaba de morir quien me metió en la cárcel y fue allí, entre rejas, donde escribí El jardín de las delicias. Otro ministro que se llamaba Castella le dijo que no podía meter en prisión a un poeta y además porque yo estaba tuberculoso. El ministro fallecido dijo: ´¡Pues que se muera!´ Quería matarme a mí y yo no era nadie. Todo esto lo cuento en esta obra y como lo cuento todo por eso soy el chivo expiatorio», apostilló.

Sobre el maestro malagueño Pablo Picasso, a quien conoció en profundidad, destacó la figura de Jacqueline. «Me gustaba mucho, era una mujer maravillosa, guapa y muy inteligente, él no daba pruebas de su inteligencia porque no tenía necesidad, era ya un genio. Ella estaba realmente enamorada de Picasso, le llamaba monseñor, mi Dios y me parecía una broma, pero realmente lo sentía. Y también fue el gran amor de Pablo Picasso».

Fernando Arrabal está por encima de ideología, de partidos políticos. Ni de derechas ni izquierdas. Y con orgullo exclama con la voz alta: «Yo no he votado nunca, soy un enamorado de mi libertad». Eso sí, al dramaturgo le gusta mucho «la belleza de los políticos». «Pedro Solbes me encantaba, daba una impresión de verdad. También Alfonso Guerra, que ha sido el único político que me ha escrito cartas manuscritas y además me ayudó a buscar las huellas de mi padre que desapareció de forma misteriosa después de estar condenado a muerte».