Sílvia Pérez Cruz (Palafrugell, 1983) ha cabalgado una de las carreras musicales más fulgurantes de la época reciente. De formación jazzística e instrumental, ha impuesto una voz en grito de rara crudeza, a la que se permite indistintamente una aproximación a Lorca o una actualización de la Lambada. Esta noche presenta en el Teatro Cervantes su última propuesta, Vestida de nit, para voz y cuarteto de cuerda. El título del espectáculo lo aporta una habanera compuesta por sus padres hace más de tres décadas; el contenido viene a ser algo así como una suerte de grandes éxitos: habituales de su repertorio (Hallelujah de Cohen, Gallo rojo, gallo negro de Ferlosio...), relecturas de temas propios (Ai, ai, ai), singulares versiones (Lambada (Chorando se foi) de Kaoma, Estranha forma de vida de Amália Rodrigues...) El objetivo es, dice, «romper los límites a nivel sonoro», para lo cual eligió un repertorio muy confortable compuesto por algunos de los temas más conocidos en su voz. Poder «destruir» esas canciones y volverlas a «montar» con la sonoridad de su conjunto le ha permitido «romper» muchas «paredes musicales» y alcanzar una gran libertad, que se aprecia tanto cuando canta como cuando calla. «En la vida me gusta mucho contar las cosas y hablarlas, pero en la música, donde voy más avanzada que en la vida, tengo más en cuenta los silencios», subraya.

¿Es peligroso significar tanto para tanta gente?

Sé lo que soy, pero no soy consciente de lo que significo. Noto el respeto, que hay más gente que me conoce, y es muy bonito que me digan que soy un referente inspirador para ellos.

Se arriesga a convertirse en la sacerdotisa de una religión.

No lo había pensado. Hay que tener los pies en tierra y no darse más valor del que tienes. Estoy rodeada de gente muy talentosa. Es un trabajo infinito y soy una personita imperfecta. Me reinvento porque no todo sirve siempre. Tengo que estar despierta, porque un día ya no sientes una canción.

Todos tenemos una voz, no todos tocamos el piano.

Pero todos los instrumentistas quieren tocar como si cantaran. No hay voz bonita o fea; la voz llega cuando es verdadera. Yo me abro sobre el escenario, y creo en el efecto espejo.

Cuando actúa también es un cuerpo.

La relación con mi cuerpo cantando ha sido todo un viaje. Al principio cantaba de espaldas, luego me di la vuelta. Más adelante canté con la boca y las manos, hasta que llegué a cantar con el cuerpo entero. Entonces tenía que cantar en el espacio, y empecé a girarme. Y cuando has despertado todo el cuerpo, has de olvidar que lo tienes, para alcanzar el momento mágico de perder la conciencia. Ya eres un canal para la música.

¿En la vida también improvisa?

Me apetece improvisar, pero como madre he tenido que equilibrar el caos de mi mundo con una hija de nueve años. Ahora conozco mi agenda con varios meses de antelación, y no sé si me gusta. Necesito darme un margen para evitar el agobio. Lo pienso todo antes, para no pensar sobre el escenario.

¿No hay tanto pan [la canción de Cerca de tu casa, su debut como actriz en el cine y por la que ganó un Goya] la convirtió en la voz de los sin techo?

Hay muchas voces ahí. He hecho una canción de la que estoy muy orgullosa, que ha llegado más lejos de lo que pensaba y que es el momento más emocionante de los conciertos. Pero cuando acaba, no me aplauden a mí.

Ha alcanzado la libertad de grabar la pachanga de la Lambada..

Es que yo no lo pienso así. Lo veo claro, y lo hago porque tengo que hacerlo. La Lambada es preciosa, la hice con un guitarrista en un espectáculo. Me dijeron «estás loca», pero yo veo la médula de la canción.

La Lambada es sexo en estado puro.

El videoclip, sí. Pero si separas la letra, [Canta] «Llorando se fue alguien que en su día solo me hacía llorar», entonces es el tema eterno del desamor.

Podríamos haber hecho toda la entrevista sobre el Hallelujah de Leonard Cohen.

Es curioso que antes de que yo pensara en cantarla, el técnico de sonido me dijo: «Leonard Cohen pide por favor que no se hagan más versiones de Hallelujah». Le contesté: «Pues que no escriba canciones tan bonitas».

¿Cómo llegó a su versión?

Fue en Mallorca, durante un concierto. Estábamos en el camerino, en Canyamel, y empecé a cantarla. Así me decidí a hacer el Hallelujah, pero lo grabé muy mal. Cuando murió Cohen, me di cuenta de que no la cantaba desde el enfoque oportuno. Cambié el ángulo y se la canté al propio Leonard Cohen.

El sello CBS no quería lanzar el disco de Cohen con el Hallelujah.

Me encantan las contradicciones de la gente que se cree que sabe. No se pueden hacer teorías sobre lo que va a ir bien o no. En vez de proyectar lo que va a pasar, has de amar lo que haces y darle sentido. Lo hago todo así.

¿En qué momento se convertirá en diva?

Siempre he luchado por no ser diva, lo veo negativo. Me siento como un músico más, aunque lidero para identificar mi rol. Y si a estas alturas ya no me he vuelto tonta, pues ya está. Lo tonta que soy, lo soy de nacimiento, no por lo que me está pasando. También me rodeo de gente que me diga las verdades, y ayuda el que vayas entrando lentamente y masticando. Yo me quito el sombrero ante todos los artistas humildes y generosos que me han ayudado a darse cuenta del tipo de personas que quiere tener siempre alrededor.

Asegura Sílvia: «Creo que lo que se me da mejor a mí, más que hablar de cosas concretas, es hacer que la gente recupere el contacto con sus emociones, con su corazón y con su piel. Por eso le canto a la vida, porque creo que tenemos que estar vivos, despiertos y estamos como extraños». Lo comprobarán en el Cervantes.