El regreso del Circo del Sol a Málaga vino a recordarnos el pasado jueves, día en el que la compañía ofreció el primer pase de cortesía de Totem en la ciudad, con sólo prensa e invitados entre el público, que la calidad de sus propuestas también evoluciona imparable hacia la excelencia. Nada importa haber asistido a ocho, nueve o veinte de sus montajes; en cada uno de ellos surge la magia. La eficaz maquinaria de la empresa canadiense no falla a la hora de aprovechar todos los elementos escénicos posibles y colocarlos al servicio de los números artísticos con un único fin: hacernos olvidar que existe el mundo fuera de su Gran Carpa. Y lo hacen, además, sin escatimar en calidad. Puede que Totem no le parezca tan bueno como Alegría o Quidam, pero cada uno de los títulos del Circo del Sol cumple con una máxima: devolver al espectador cada céntimo invertido en el precio de la entrada. El reintegro, claro está, tiene forma de un espectáculo insuperable. Una puesta en escena magistral basada en una inteligentísima combinación de sorpresa, riesgo, belleza y humor que sobrepasa todas las expectativas posibles. Y sí, Totem cuenta con varios números de transición que no llegan a ser tan emocionantes como los principales -esto también ocurre en el resto de montajes de la compañía-, pero no por ello el balance final deja de ser sobresaliente.

Una vez que todos los asistentes han ocupado sus asientos, se apagan las luces y se hace el silencio. Una figura brillante desciende lentamente del cielo. Es la chispa de la vida, tras la que aparecen los primeros anfibios. Los primeros seres de la Tierra inician su frenético baile de formas y colores que sirve de introducción al argumento de Totem. Un viaje que arrancó hace millones de años y que aún hoy permanece en movimiento. Somos lo que fuimos, y aunque nuestra transformación y desarrollo nos haya llevado a construir cohetes y conquistar el espacio seguimos compartiendo la misma esencia con aquellos primates que descubrieron el eficaz resultado de utilizar un palo para extraer hormigas de un hormiguero. Así de simple. Así de complejo.

El gran caparazón de tortuga que ocupa el escenario, y que sirve de soporte al número inicial, desaparece sobre nuestras cabezas al tiempo que un nativo americano realiza un hipnótico baile ritual. Es ahora cuando el increíble puente retráctil, otro de los sorprendentes elementos escénicos de Totem, introduce a los personajes del número con aros en las alturas.

Curiosamente, en los primeros compases del espectáculo aparece la acrobacia de mayor eficacia. La más asombrosa: cinco mujeres subidas a unos monociclos de dos metros de altura intercambian los cuencos metálicos que portan en sus cabezas con una maestría y gracejo irresistibles. El payaso pescador, con más interés en el alcohol que en la propia pesca, y la contorsionista capaz de hacernos creer con sus movimientos imposibles que es un ser invertebrado cierran lo más destacado de Totem antes del descanso. Tras la pausa, el torero que domina las artes del diábolo, el hermoso cortejo de los 'pájaros' trapecistas, el vertiginoso romance de los nativos patinadores y los astronautas de las tablas rusas cierran un montaje que funciona desde cada pequeño detalle. Porque Totem es grandioso en cada pincelada del maquillaje que usan sus protagonistas, en cada hilo de su vestuario, en cada acorde de su música y en cada movimiento que se produce sobre el escenario. Lo repito: el Circo del Sol es insuperable.