Improvisando en un museo, en la orilla de un río o del mar, en un parque, un templo romano o en una iglesia, Rocío Molina investiga nuevos caminos desconocidos, nuevos movimientos que surgen gracias a un contexto singular y a una relación renovada con el público. Los experimentos se alimentan del intercambio artístico. Así el laboratorio itinerante de Rocío recibe a otros artistas provenientes de distintas disciplinas, y con la colaboración de elementos insólitos. Este fin de semana Molina añadirá otra nueva muesca en su trayectoria de aventuras: bailará en el interior de la Cueva de Nerja. Y lo hará sin nada preparado, como a ella tantas veces le gusta. Así es su espectáculo Impulso, más que un espectáculo un work in progress, o lo que es lo mismo, un proceso de investigación previo a la creación de una obra; de hecho, no suele realizarse en lugares convencionales si no en espacios heterodoxos, que no suelen acoger funciones de danza.

«La libertad o la no libertad es la que tú te pongas, yo creo en la libertad absoluta. Yo hago en el escenario lo que quiero y el público es libre de decir lo que opina y es interesante que se creen esas contradicciones. No bailo para gusto de todas las personas, sino tendría que bailar de otra forma que para mí no sería verdadera», ha declarado en una entrevista reciente con la revista Woman.

En este sentido, su Impulso es su espectáculo más libre, desatado de conceptos o de dramaturgias. Esta propuesta es una oportunidad para la bailaora de investigar por otros caminos flamencos, probando interacciones coreográficas con un bajo eléctrico y con nuevos esquemas rítmicos, por ejemplo. ¿Qué ocurrirá en la Cueva de Nerja? Sólo lo sabe de momento la propia Rocío.

Molina está disfrutando de una maternidad de lo más gozosa. Su hija tiene algo más de seis meses: recordemos que bailó embarazada en el citado espectáculo Grito Pelao, que retrató su proceso de inseminación dentro de esa gran exploración de la feminidad que es la obra creativa de Rocío Molina.

Será, con toda seguridad, otra oportunidad para demostrar por qué la bailarina y coreógrafa Rocío Molina (Vélez-Málaga, 1984), Premio Nacional de Danza en la modalidad de interpretación en 2010 y Premio Max a la Mejor Coreografía en 2015, es una de las principales figuras de la renovación del flamenco, así como una de las bailaoras españolas más reverenciada fuera de nuestras fonteras. Después de la producción de Grito Pelao, en 2018, junto a la cantante Sílvia Pérez Cruz y que la coronó en los Max, Rocío Molina está ya preparando su próxima obra, que se estrenará en mayo de 2020. Mientras llega, la veleña ha retomado su Impulso, quizás para, eso, coger impulso creativo.