El músico Jorge Malla, conocido como Coque Malla (Madrid, 1969), se mantiene inefable a la hora de crear, innovar y, sobre todo, a la hora de ofrecerse a su público, tras casi dos décadas como solista. El que fuera líder, voz y guitarra de Los Ronaldos con solo 15 años - cuya trayectoria se extendió entre 1987 y 1998- ha ido sembrando su camino en solitario de trabajos personales. Hijo del actor Gerardo Malla y de la actriz Amparo Valle, creció en un entorno bohemio y progresista en plena dictadura de Franco. Sin embargo, tras entrar en la recta de los cincuenta, la posibilidad de revolución, así como los actores políticos, le generan notables suspicacias. ¿Todavía crees en la revolución?¿Todavía sueñas con cambiar las cosas? Con estas dos preguntas ha concebido su nuevo trabajo, ¿Revolución? Así, entre interrogantes, dejando abierto el título, el significado y las posibles diferentes vías para llevarla a cabo. Mientras llega o no el cambio, Coque Malla plantea su propia revolución personal, que pasa por transitar swing, disco y funk, bailar en la pista y ofrecer shows energéticos. «Me da mucho orgullo porque, con 50 años y el camino recorrido, me podría haber apoltronado. Pero de una manera instintiva, supongo que por un momento vital, este ha sido un disco con una energía muy bestia, joven», apunta el autor.

Has cumplido 50 años, te rapas el pelo, madrugas para esta entrevista... ¿Nueva etapa vital o nuevos tiempos para el rock?

No lo sé. Me da mucha pereza analizarlo y observarme a mí mismo para ver dónde estoy. Yo voy tirando para adelante y haciendo las cosas de una forma lo más espontánea que puedo, sobre todo en los discos. Siempre he trabajado en los discos de una forma muy instintiva y orgánica. Cojo la guitarra, empiezo a tocar y van saliendo cosas. Luego, trabajo con Miguel Malla, mi hermano, que también trabaja de forma muy orgánica, creo... Y luego, cuando voy al local, sigo trabajando de forma orgánica con los músicos. Creo que por eso, siempre, desde Los Ronaldos he hecho discos muy emocionantes. Te pueden gustar más o menos, pero son muy sinceros. No hay un gran plan, ni una estrategia. De vez en cuando lo pienso cuando reescucho los discos... pero son paradas muy breves. Prefiero invertir el tiempo en el siguiente paso, en la siguiente canción.

¿Todavía crees en la revolución?

No, ya no creo en la revolución. Soy bastante o muy escéptico. Creo que no se ve un verdadero terremoto emocional, colectivo y sociológico. Al menos, a nivel colectivo. Pero cuando pienso en revolución, soy muy ambicioso. Pienso en un cambio brutal: que salte el sistema por los aires y seamos realmente mucho más libres y felices. Y por eso lo veo difícil. Quizás los cambios tienen que ocurrir mucho más lentamente... pero también creo que cada vez vamos a peor.

Greta Thunberg, ¿podría ser uno de esos pequeños cambios o simplemente una puesta en escena?

A mí se me escapa. Hay tantas opiniones encontradas, tantas teorías tan radicales... Alguien decía ayer que la verdadera solución sería una gran esterilidad colectiva, dejar de crecer demográficamente. Cuando veo a los políticos, sí veo una puesta en escena total. No me creo nada. No me creo a Pedro Sánchez preocupado realmente, por lo menos, como político, aunque quizás sí como persona. Puede que yo sea ingenuo. Luego cuando aparecen opiniones encendidas y muy meditadas, te preguntas ¿a quién me creo?

Dices que tampoco haces política, pero en letras como la de Un lazo rojo, un agujero hay un notable tono reivindicativo.

Rara vez hay intención previa. Existe eso que los psicólogos llaman escritura automática, a través de la cual, de repente, aparecen sentimientos e ideas; se empieza a tirar del hilo y aparece el trauma que hay debajo. Hago un poco de eso cuando escribo. Pero en vez de un trauma, aparece una letra. Una idea. No sé si Un lazo rojo es una canción reivindicativa o más bien contiene mucho cinismo sobre muchas actitudes. No me veo a mí mismo nunca reivindicativo, porque siempre dudo. Quien reivindica la revolución lo tiene claro, yo lo dudo mucho.

Otra joya de este álbum es América. Hablábamos antes de ideales, ¿otros que se rompen?

América se puede interpretar de muchas maneras, me gusta que así sean las canciones. Creo que explicarlas es como encender la luz. Una habitación que está en penumbra, con una música bajita, en la que se intuyen los cuerpos y las sombras, ¿qué ocurre de repente si se enciende una luz brillante con la que se ve todo? Me gusta que las las canciones permanezcan en esa penumbra y que las ideas se intuyan, más que se vean. Mi interpretación de América podría ser que habla de cómo idealizamos lo que tenemos delante y como se deshace en nuestras manos cuando lo conseguimos. Los deseos (ya sean de una mujer, de un país al que irte a vivir, un amigo al que conocer, o la riqueza) cuando están lejos, los vemos como una solución a nuestras vidas. Cuando se acercan, se desvanecen. Ese es el viaje que hace la canción. Para cada oyente, América puede ser algo distinto. Cada uno tiene su América personal.

Ganaste este año un Goya a la Mejor Canción, aunque en los años 90 ya habías sido candidato como Mejor Actor Revelación. Tenías una deuda con el cabezón. ¿Prefieres haberlo ganado con la música?

Me hace más ilusión. Quizás en aquel otro momento yo me sentía muy cómico, más actor, y fue maravilloso sentirse así puesto que, además, vengo de familia de actores. Pero ha habido una ilusión especial ganándolo como músico, que es como me siento. Que conste que no estaba pensando en el Goya. Esto me cayó como del cielo: un día me llegó un email de Javier Fesser pidiéndome una colaboración y tuve el presentimiento con esa película de que iba a ser algo muy fuerte. ¡Mira que tengo la visión comercial en el orto, como dicen los argentinos! [Risas]. Pero aquí lo intuí. Nada más ver el trailer, pensé que iba a ser un exitazo, así que ha sido un punto formar parte de ello. En cuanto a la estatuilla, un escultor de Sevilla me hizo una pieza que es como el Goya pero parecido a mí, me la dio el otro día que fuimos a tocar en Sevilla. Y ahí están los dos cabezones.

Los actores eran tus padres y el escenario fue, desde siempre, un terreno familiar para ti. Creo que aún tienes recuerdos de una gira que hizo tu padre [Gerardo Malla] y a la que fuiste.

Ésa era mi vida, mi hermano era más mayor y estaba más despegado. Mis padres estuvieron representando muchos meses en el Teatro de la Comedia en Madrid El día que me quieras. Yo iba todos los días al teatro y estaba ahí: en los camerinos de mis padres y en los de algunos de los actores, de los que incluso fui muy buen amigo. Me obsesionaba la cantidad de gente que había entrado. Mi padre producía la obra así que cuando había poca gente era un drama.