Se excede en su afán por llevar las cosas al terreno de lo sobrenatural y rebasa todos los límites imaginables a la hora de aglutinar, en un relato ya de por si saturado de ingredientes morbosos, todo aquello que conduzca a la búsqueda deliverada del miedo.

Es, en suma, el más puro estilo del escritor Stephen King y un plato «exquisito» para sus incondicionales que pondrá a prueba a quienes disfruten del terror en su más genuina expresión. Lo indiscutible es que se trata, con mucho, de lo mejor que ha hecho hasta ahora el director, un Mike Flanagan que es responsable de una modesta filmografía de 10 títulos vinculada casi por entero al thriller y que ha dado un salto cualitativo notorio con Doctor Sueño, especialmente porque es responsable, asimismo, de la adaptación de la novela.

Es innegable que se ha pasado de rosca y que en aras a asustar al auditorio no ha respetado límite alguno, pero también hay que reconocer que maneja con indiscutible soltura todo este tenebroso territorio. Su parafernalia carece de límites y de autocensura, por eso alcanza los 151 minutos de un metraje, sin duda, exagerado. En esta película retoma un personaje, Danny Torrance, que el espectador ya conocía desde su etapa adolescente. En efecto, no es otro que el niño que fue víctima de un terrible trauma en el Overlord Hotel.

Son momentos escalofriantes que convocan a la cinta de Stanley Kubrick El resplandor, que tratan de arrojar luz sobre un personaje y sus facultades únicas para sembrar el terror. Antes de regresar, no obstante, a esas escenas inolvidables reconstruidas con sorprendente precisión por impactantes del laberinto del gigantesco seto nevado, de las hermanas recorriendo con la bicicleta los pasillos inacabables del inquietante establecimiento, de la madre defendiéndose del ataque homicida con hacha incluida, antes que eso suceda vamos a ser testigos de la experiencia vital de Dan, que ha estado a la deriva durante décadas, angustiado por el legado de desesperación, alcoholismo y violencia de su padre.