No defraudará a los admiradores de Quentin Tarantino, porque a pesar de no estar a la altura de su mejor cine, su mirada a un pasado que sigue vivo todavía y el rigor de lo que vemos nos remite a menudo a títulos previos del director, entre ellos Pulp ficton, Malditos bastardos, Django desencadenado y Odiosos ocho que están en la memoria de todos. Es más, factores como la ambientación, la recreación de la ciudad de Los ángeles en los años sesenta o ese sentido del humor que es una de sus señas de identidad adquieren un peso considerable que refuerzan el valor de las imágenes. En este aspecto, por tanto, hay que estar preparado para la inmediata despedida del cineasta, que sigue reiterando que solo le queda por rodar una última película.

Consciente, por tanto, del momento trascendental en el que vive ha reunido a dos de los actores de mayor peso y renombre en la meca del cine, Leonardo Di Caprio y Brad Pitt, para desgranar la que podía ser la etapa dorada del cine norteamericano. Lo hace, por supuesto, con su acostumbrada minuciosidad, entrando en los resortes más idóneos para que todo resulte lúcido y revelador, sobre todo una elaboradísima y selecta banda sonora con la música rockera que triunfaba entonces—desde Simon y Garfunkel y José Feliciano hasta Los Bravos- y que incrementa el toque nostálgico. Con el añadido de una colección de carteles de cine de enorme interés que ilustran la pantalla y que revelan el proceso de afianzamiento de un spaghetti-western que se ha apoderado de la vertiente mayoritaria del género, que habla en italiano y también en español.

En este decorado tan ilustrativo se mueven dos profesionales del cine, Rick Dalton y Cliff Booth. Los dos son testigos de una decadencia que se hace patente y que ofrece rasgos de una terrible criminalidad, especialmente el caso del asesinato por la siniestra familia Manson de la esposa embarazada de Polanski, Sharon Tate.