No es una novedad y tampoco un modelo a seguir en el cine de terror, pero tampoco hay que ubicarla entre la escoria de la especialidad y hasta ofrece algunos momentos inquietantes no exentos de una tensión considerable. Es, por eso, una de esas películas pensadas para un auditorio juvenil que ha sobrepasado el nivel de su auditorio natural, al menos en Estados Unidos, y que ha sabido hacerse un nombre, con solo dos títulos en su haber, 'The taking' en 2014 e 'Insidious'.

La última llave en 2018. Lo sorprendente, porque la primera ha superado los 115 millones de dólares de recaudación, una cifra estimable para un producto semejante, es que ninguno de ellos se ha estrenado en España, aunque sí circulan en el mercado de los videoclubs. Con una utilización más que correcta de las situaciones límite, ya que en realidad estamos ante una historia que no hace más que alargar hasta el límite una de ellas, la cinta pretende llevar al público a un estado extremo de tensión mediante un único escenario. Todo transcurre en un salón sin ventanas en el que seis personas que no se conocen han entrado y se han quedado atrapadas. Y no hay forma humana de salir, ya que toda acción que conduzca a la libertad ha de resolver una serie de puzles complicados, para lo cual solo se tiene a mano la imaginación o la intuición.

Por si no fuera suficiente algo tan diabólico, también se ha puesto en marcha un mecanismo que solo les da una hora para superar las pruebas. Pasados esos 60 minutos, su vida está en manos del capricho de un asesino paranoico. Es la técnica pura y dura de unos recursos, los que explota un conjunto de videojuegos que se definen Escape room, que tratan de convertir el miedo en una plataforma desde la que maquinar los más insospechados acertijos o misterios, algo que solo pueden evitar los jugadores que encuentren los códigos idóneos. Una trampa tan siniestra como hábil y tramposa que funciona durante algún tiempo pero que se ha forzado demasiado.