Tiene por protagonistas a un rebaño de ovejas ciertamente delicioso y a veces encantador y aunque no tiene todavía la fórmula para divertir plenamente al público sí le invita a disfrutar durante unos escasos 86 minutos de un peculiar sentido del humor.

Lo hace a través de las formas y de las maneras de Shaun, una oveja británica que ha sabido encontrar su sitio en una acogedora granja y que se plantea como principal meta conseguir movilizar al resto de sus compañeras. Algo que está al alcance de la mano cuando tiene lugar un incidente insólito, la llegada a la tierra de unos extraterrestres de una remota galaxia que pueden representar para todas ellas ese brote de diversión que echan de menos.

Esta segunda aventura de Shaun, tras el debut en el largometraje en 2015 de la primera, La oveja Shaun. La película, corrobora algo que salta a la vista, que los británicos son los mejores especialistas en el cine de animación con plastilina. De hecho el origen de Shaun hay que asociarlo al de otros dos seres pintorescos del mismo material, Wallace y Gromit, que hicieron su debut en un corto para la pantalla grande, Un esquilado apurado.

En Granjageddon la jerarquía ya ha tomado cuerpo, de modo que Shaun se ha hecho amo y señor de la granja Mossy Botom y tiene dotes de líder. Es también el rebelde del relato y eso es algo que salta a la vista cuando a bordo de la nave espacial llega una encantadora alienigena, LU-LA, con su atractivo traje azul púrpura. Con él, eso sí, no hay que dejar de lado a su dinámica familia, sobre la que todavía ejerce su rango el perro pastor Bitzer.

La cinta está dirigida por Will Becher y Richard Phelan, el primero antiguo colaborador de la serie de televisión y director de animación de Cavernícola, que aquí debuta en la dirección. A destacar, por encima de todo, el magnífico homenaje a 2001, una odisea del espacio, con la secuencia de la nave espacial al ritmo del Danubio Azul y la del final de Encuentros en la tercera fase.