El último bufón, el cómico de origen italiano Leo Bassi repasa sus 40 años de trayectoria teatral a través de un descubrimiento realizado por la hermana de Leo, Joanna, en el archivo de la Fundación Lumière en Lyon, Francia. En mayo de 1896, los Hermanos Lumière habían filmado a su bisabuelo Giuseppe y a su tío Giorgio cuando ambos trabajaban en el Circo Rancy de la misma ciudad de Lyon. Son grabaciones muy valiosas, probablemente las primeras imágenes en movimiento de payasos de la historia, que nos remontan a tiempo a una era en la que Europa todavía tenía toda su inocencia y el deseo de vivir. A partir de estas películas, Bassi pone en escena un espectáculo intenso pero al mismo tiempo divertido en el que analiza el paraíso perdido del mundo de los bufones, con una comicidad diferente del humor irónico y cínico de los cómicos de hoy en día. Leo Bassi desciende de un antiguo linaje de comediantes exce?ntricos y de payasos circenses venidos de Italia, Francia, Inglaterra, Austria y Polonia. Durante 170 an?os la familia ha actuado ininterrumpidamente. De ella ha heredado no solo sorprendentes habilidades (es sumamente experto como antipodista, malabarista con los pies), pero también este espíritu libertario, irreverente y cosmopolita, esencia del circo del siglo XIX.

El último bufón, ¿es un final o un regreso?

Un final no porque me siento con muchísima vitalidad, tanta que es un acto de orgullo, de decir quién soy. Es un regreso porque cuanto más pasan los años más reivindico la herencia de mi familia y de las muchas generaciones de hombres y mujeres trabajando en pistas, carpas y plazas de Europa y de todo el mundo; el orgullo de ser parte de una larga cadena de aventuras y de hacer reír. Y último porque también me he dado cuenta de que el mundo ha cambiado radicalmente desde mi nacimiento hasta hoy. Las técnicas, la narrativa... es totalmente diferente. Nadie en las próximas generaciones va a poder conocer lo que yo he vivido.

Con final me refería al del oficio de bufón, usted ya se ve que no ha perdido la vitalidad.

[Risas] Sí, porque estoy en edad de jubilarme, pero ahora es cuando las cosas se ponen interesantes porque tengo la sensación de que estoy aprendiendo mi oficio.

¿Qué se ha perdido en ese cambio radical del que habla?

Hay ventajas pero se ha perdido muchísimo, hoy todo se hace por pantallas. Es algo que toco en el espectáculo, se ha perdido la libertad de expresión y también la inocencia de la expresión. Cuando mi padre o mi abuelo salían ante el público, la gente estaba a dos metros y para cobrar se pasaba la gorra, no había subvenciones, había libertad absoluta. Tengo nostalgia de todo eso.

¿Qué significa para usted ser bufón en estos tiempos en los que la libertad de expresión está en entredicho?

Por un lado hay un poder que a veces se disfraza de democracia y por el otro, un frente que quizás tiene mucho orgullo y no quiere vivir arrodillado. Hay dos maneras de enfrentarse al poder: la manera frontal, con un fusil y disparando, algo que no es muy eficaz; o hacerlo con imaginación, seduciendo al pueblo y demostrando, con la risa, que hay otra narrativa contraria a los intereses del poder. El bufón lleva haciendo esto desde hace 2.000 años, lo hace ahora y lo seguirá haciendo, seguramente, también en el futuro.

¿Cuál es el mejor aprendizaje que le ha dado el circo?

La sinceridad, la honestidad. Si eres malabarista no puedes fingir, no es como el máster de Cifuentes. En el circo no cabe todo este mundo de falsos. Bassi en Italia significa bajo, mi abuelo decía que hay que estar orgullos de ser de los más bajos y llamarse así porque más bajo ya no puedes caer. Esta conciencia de ser humilde, pobre, fracasado y tener el orgullo de hablar en nombre de todos ellos es el circo, gente de clase popular mostrando que el cuerpo puede volar y desafiar las leyes de la gravedad con el malabarismo. Todo lo que se hacía era una oda a la clase popular, para decirles somos pobres pero hemos conseguido esto, viajamos con nuestra carpa y nadie dirige nuestras vidas, no nos arrodillamos frente a ningún poder. Este espectáculo es una reivindicación de ese mundo. El 99% de la población vive como fracasado y el 1% es multimillonario.

¿Necesitamos un levantamiento bufonesco? ¿Funcionaría?

Llegaremos, porque esto va a ir a peor, hasta los pensionistas han entrado en el juego. No será a corto plazo pero empeorará y la naturaleza humana siempre acaba buscando una solución.

¿Cuánto del provocador que es Leo Bassi hay en El último bufón?

La vulgaridad, lo grosero... todo eso lo he hecho durante muchos años, era mi manera de reivindicar, pero ahora ves la televisión analógica y ¡hay tanta vulgaridad! Están haciendo lo que yo hacía hace 30 años. La nueva provocación es ser poético, filosófico, tener un discurso político claro y afilado, que se entienda perfectamente. Este espectáculo reivindica el papel del fracasado y eso es muy provocador. El neoliberalismo dice que tenemos que ser ganadores, tener el mejor coche... pero para ser más fracasado todavía. ¿Qué dice el payaso de verdad? Que no le importa nada la riqueza ni que se rían de él. Yo quiero reivindicar la fuerza de la calle, de los pobres.

¿En la era de Instagram y las redes sociales, en la que lo que importa es la apariencia?

Creo que todo esto es pasajero. Facebook se está cayendo. Al final se verá que los influencers y todo eso son gente vendida al sistema y que no tienen nada que decir. El mensaje último es que la amistad o la risa es más importante que cuántos seguidores tiene uno. Los payasos se han hecho famosos y ricos, y yo también en cierto período de mi vida, pero eso es una narrativa falsa que tiene que ver con la publicidad.

Con La revelación y El Bassibus usted sufrió censura, insultos, ataques e incluso le colocaron un artefacto explosivo en un teatro, el Alfil de Madrid, en el que actuaba. ¿Se ha acostumbrado ya a la persecución y los insultos de sus detractores?

Quizá sea políticamente incorrecto lo que diré, pero la censura es creativa. En mi caso me ha obligado a buscar mensajes sofisticados, medir mi propia valentía, concienciarme todavía más. Hace dos años me quemaron el Paticano en Madrid [desde 2012 Bassi adora un pato de goma amarillo "redentor" con el que celebra regularmente misas y acontecimientos como bodas y bautizos con su propia liturgia] con cócteles molotov y gasolina y entonces la justicia no se mostró muy interesada por investigar lo ocurrido. Todo esto me ha hecho más duro, ha confirmado mis opiniones y me ha dado más fuerzas para seguir. Sin la censura no habría ido tan lejos en mis reflexiones.

¿Han cesado ya los insultos y ataques?

El otro día me han llamado hijo de puta en Twitter por defender a Willy Toledo. No tengo miedo a morir, con el paso de los años veo la muerte como algo cotidiano. Otra cosa sería tener 20 años, con toda una vida por delante, y morir por una causa. Pero después de haber hecho tantas cosas... Yo soy más feliz ahora que antes, sin duda. Mi reacción nunca ha sido la de coger un fusil o quemar una iglesia sino inventarme una Iglesia con patos de goma, algo más dulce y poético, y también más eficaz para desmontar el tinglado que esos se han montado.