Qué raro. 2020 me sonaba, creo que nos sonaba a más de uno, a futuro muy futuro, nos sonaba a ciencia ficción, a lejanía insondable. Y fíjense, aquí está, aquí estamos. Hemos dado la trecha al calendario. En apenas unas horas pasamos del cansino runrún del traje de la Pedroche en Antena 3 o de la clásica, y ya amojamada estampa del donjuán de La 1 Roberto Leal, presente en todas las ceremonias como el ajo en las comidas junto a la también tutankamona elegante y hermosa Anne Igartiburu, hemos pasado de la música de consumo, digo, de los especiales nada especiales ,a la música y la ironía de Cachitos de hierro y cromo, que para quienes ya no vamos de discotecas y el cotillón es una cosa que da sarpullido, resulta ser la mejor opción de la noche en el mundo tele y casa, un lote que no falla el 31 de diciembre. Y en La 1. El programa que presenta Virginia Díaz, aparte del archivo insondable de TVE, no sería nada sin los guionistas gamberros que rotulan con acerado y brillante humor las actuaciones. Son Pablo González y Antonio Vicente, que no dejan de sorprender con su habilidad para mezclar el polvo -ya clásico- de artistas de hilarante imagen con la actualidad de 2019 que se fue. En apenas unas horas se pasa de las uvas, del cava, y de Cachitos de hierro y cromo, o sea, de un año, al siguiente, y en mi caso, como hace ya muchos, al Concierto de Año Nuevo. Un lujo. Esa música de los Strauss es el sonsonete ideal para espabilarse con energía y esperanza. La tradición manda que en los bises se escuchen los valses El Danubio azul y la Marcha Radetzky, del hijo y del padre, ambos Johann Strauss. Excelente manera de empezar 2020. Les deseo lo mejor. Sean felices.