Siendo una noticia gorda el abandono de Jordi Évole de Salvados, que lo es, creo que la noticia gorda y esperanzadora ni siquiera se dijo en El hormiguero, púlpito de gran relevancia y seguimiento social. La noticia gorda, la verdadera noticia es lo de siempre, a rey muerto, rey puesto.

Saber que Jordi Évole deja un programa de primer nivel, un programa que se ha convertido en referente periodístico nacional e internacional, es una putada. Es de las certezas que te dejan con el ojo fuera de la órbita. Pero enterarte al día siguiente de que el sustituto que ocupará el castillo es Fernando González, Gonzo, es lo que necesitó este espectador para entender que Salvados está salvado.

Gonzo, uno de los periodistas más sagaces, rápidos y brillantes de televisión, el tipo que pone su sello en El intermedio, firmará, junto al equipo del programa, Salvados de mucha categoría.

El domingo se despidió Évole de ese niño mimado, fuerte, premiado, con una entrega que sólo Salvados puede emitir en horario de máxima audiencia. Fue Mi barrio, o sea, un retrato potente, calmado, de la vida cotidiana de San Ildefons, en Cornellá, un pulso realista, poético, íntimo, y sin duda emotivo para el autor, que supo, otra vez, traspasar la pantalla y hacerte cómplice de las historias de soledad, amor, deseo, frustraciones, de lucha y enfermedades de sus gentes, y hacerlo sin producción previa, es decir, llego, te pregunto si puedo preguntar, me siento contigo, la cámara nos graba, y ya está. Hay que reconocer la valentía de tanta humildad de un programa que viene de hablar con el papa Francisco o con Nicolás Maduro y cierra su décimo primera temporada, en la que se despide su mentor, en su barrio. Suerte, Jordi. Bienvenido, Gonzo.