Lo que propone ‘El embarcadero’ -en Movistar+, completa la primera temporada-, no es frecuente, es más, te pilla a trasmano, porque quizá como ejercicio de reflexión, como producto creativo, te guste y lo disfrutes, pero si lo vives en tus carnes, sobre todo en tu corazón, quizá la cosa cambie.

‘El embarcadero’ es la historia de un hombre enamorado a pares. Ya lo dijo cantando Antonio Machín. Yo no puedo comprender, decía la letra, cómo se puede querer dos mujeres a la vez y no estar loco.

Pues eso, el primer capítulo de ‘El embarcadero’ te pone frente a la tesitura que vive Óscar, Álvaro Morte, un tipo que parece que no finge, que no dice un guion, que no interpreta, queriendo al mismo tiempo a Alejandra, su esposa, la siempre creíble Verónica Sánchez, y Verónica, Irene Arcos.

Y queriéndolas mucho, como si cada una fuese única y no existiera la otra. La muerte de Óscar, que sucede en el minuto 20, deja caer la cortina de la realidad que, sobre todo su mujer, desconocía porque jamás podía sospechar la otra cara del corazón de Óscar.

A partir de ese momento se inicia una reconstrucción sentimental de los ocho últimos años de relación apasionada que vivía el protagonista con la amante. ¿Amante? Ahí está el quid de la serie.

Volvamos al principio. ¿Se puede amar a dos personas a la vez y no sólo no estar loco sino no ser un sinvergüenza? No estamos preparados para eso. Creo que no, mucho menos si te toca llevar «los cuernos».

Sonia Martínez parió la idea que desarrolló Álex Pina y Esther Martínez, y dirigió Jesús Colmenar y Álex Rodrigo. La Albufera valenciana pone el contrapunto lírico y dramático de la historia, un lugar hermoso para embarcarse en una aventura parecida. O no.