Hace tiempo, y creo que aquí lo he contado alguna vez, y como en el resto de pueblos de España, llegaba al mío una mañana con estruendo de charangas y flautas desafinadas, más algún bocinazo estentóreo, o quizá, cuando se adelantó todo, con una orquestilla que chirriaba a lo largo de las calles y retumbaba dentro de las casas, el tío de la cabra. El tío de la cabra era un circo patético de pobres. Bueno, hablo en pasado y ahora caigo para hablar en presente.

No hace tanto, en una capital de provincia, escuché esa música de presentación tan reconocible que los de cierta edad relacionamos sólo con el tío de la cabra, el tío y sus acompañantes, claro, familiares o amigos que forman parte de una tropa que a mí, siempre, me ha dado mucha lástima y congoja. En vez de en la cabra que hace lo que puede subiendo y bajando por la escala piramidal yo me fijo en la cara del tío, del niño, de la mujer que luego pasa la gorra, y siempre me pone triste. Ahora, en esta precampaña de las votaciones generales del 28 de abril, la televisión es la calle del pueblo, el barrio de la capital de provincia. Y a ella llega el tío de la cabra con sus mil caras. Una de ellas, como las encarnaciones de la virgen católica, es «el negro de Vox».

La otra mañana pasó por 'Espejo público', aunque su presencia es rifada por obvia, por folclórica, por chocante, por absurda, por exótica, en otros parecidos programas. Es lógica la sorpresa, ¿un negro en el partido del tío del mulo? El camerunés tiene 30 años, se llama Bertrand Ndongo, y reivindica a Franco-ahí está la cabra haciendo piruetas, deleitando por su rara destreza al público, o entristeciéndolo, como me pasa a mí- con una soltura alucinante y un desparpajo de franquista convencido. Circo, mucho circo.