No importa que ya se haya escrito mucho sobre el paso del hombre más famosos y queridos del momento, Jesús Vidal, por 'Late Motiv'. Porque la entrevista que protagonizó sumada al homenaje que le tributó Raúl Pérez (homenaje, no parodia) constituyen por derecho uno de los grandes momentazos televisivos del año. Una de las usuarias que rescataron las imágenes por YouTube ponderaba la educación del entrevistado, calificándolo de «discapaz de faltar al respeto a alguien». Otro confesaba sorprendido cómo tras haberse detenido en el vídeo con la única intención de trolear, había acabado llorando y con la piel de gallina.

Y es que estamos hablando de televisión de la buena, de la grande. De esa que apenas se está produciendo pasa a ser un clásico que perdurará. Cuando éramos muy jóvenes nos decían que la buena televisión era aquella que formaba, informaba y entretenía. Nos imaginábamos al receptor subido en trípode. En cuanto fallaba una pata, el televisor, o el producto que se estaba cociendo en él, se caía.

Pero resulta que la televisión dejó de ser única. Llegaron canales de todos los colores y pelajes. Y la definición que teníamos aprendida quedó obsoleta. Las reglas estallaron por los aires. Todo era opinable. Porque todo era laxo. Nada más comenzar el año en curso, el caso del niño Julen dejó bien a las preferencias de cierta televisión generalista. Acaba de hacerse público un informe que inventaría las más de doscientas horas que las principales cadenas generalistas dedicaron al suceso durante diez días. Es aquí, en este contexto acerca de la mala praxis que se observa en las televisiones, también en los informativos y en su espectacularización, donde cabe resaltar la contribución de Late Motiv a prestigiar el medio. Gracias a momentazos como el descrito