La gran formación musical e intelectual de Gustav Mahler no hizo más que potenciar su enorme talento como compositor de una personalidad inquieta, que se debatía entre su atracción por las maravillas de la creación y los sufrimientos íntimos que siempre reinan en lo más profundo del alma humana. Su música es un reflejo de este carácter en el que las tribulaciones se mezclan con anhelos espirituales por Dios, la belleza, la verdad y la naturaleza. Estas tensiones hicieron que fuera el último de su tiempo en expresarse de esta manera musicalmente, y podría decirse que su obra es la despedida resignada del hombre moderno al hermoso sueño del romanticismo. Constituye así el vínculo entre Wagner y la Segunda Escuela de Viena, encabezada por Arnold Schönberg, que rompería con la tonalidad.

Compositor de gran carga ideológica, supera la tradición construyendo imponentes estructuras orquestales a partir de un dominio absoluto de la instrumentación, siguiendo las necesidades expresivas nacidas del sustrato espiritual y poético que guía la intención de cada una de sus obras. Poseía una sensibilidad tan elevada que podía pasar del lirismo tenso y febril a la sencillez más cándida, de la exaltación metafísica más desenfrenada a la sutileza más íntima o de la alegría más inocente a la desesperación absoluta. Estas emociones expresadas en su música le convirtieron en una de las personalidades intelectuales más originales de su tiempo y, sin duda, en uno de los más grandes sinfonistas de la historia.